El tenis es el deporte más civilizado del mundo. Siempre lo he pensado así. Nada que ver, por ejemplo, con el fútbol soccer donde las trampas , los golpes y las palabrotas son cosa habitual. No es que el deporte sea algo así como una ceremonia religiosa, pero sí se espera que se juegue con decoro, con respeto al oponente y con ética. Sí, con ética, esa bien tan escaso por estos tiempos. En el tenis el que sirve la pelota debe lanzar de una manera que permita al oponente ese servicio. Luego el juego se va formando en una mezcla de habilidad, destreza y velocidad. El público sabe en qué momento guardar silencio, cuando aplaudir. Nadie protesta con rechiflas una decisión del juez. Se acepta y punto. Y aún más ahora con la posibilidad del “challenge”. Nadie, ni en el campo ni los espectadores en la tv piensan que el partido fue un robo o que el juez se vendió. Las jugadoras y los jugadores de tenis no pisan la canche creyéndose semidioses. No. Ellos mismos cargan su equipamento, limpian su raqueta y se sientan durante los breves descansos mientras van reflexionando el progreso del juego. Aunque entre el público siempre hay favoritos, como en cualquier otro deporte, aquí no se ofende al oponente, por el contrario, se reconoce el talento de los que estén jugando. Así como la astucia de los recoge pelotas.
Todo esto viene a cuento porque Hoy me levanté muy de madrugada para ver la final de hombres del Abierto de Australia, que forma parte de los torneos llamdos de grand slam. Cada torneo de grand slam es algo así como la champions en el fútbol, porque se junta lo mejor del tenis. Hoy vi ganar a Roger Federer su título número 20 de grand slam. Lo vi ganar y lo vi feliz, agradecido, humilde, como solo saben ser los verdaderamente grandes. Lo vi emocionado, tanto, que cuando le tocó hablar, justo después de recibir su trofeo, no podía contener las ganas de llorar. Agradeció como pudo y luego lloró feliz y besó su trofeo. Puedo decir sin exagerar que todos los que pudimos ver de alguna manera o de otra este momento histórico, tenemos un poco de esa felicidad. Incluso el croata Cilic, digno subcampeón.
En mis 38 años de vida he visto a los mejores tenistas del mundo jugar. McEnroe -en sueños vagos-, Agassi, Nadal, Federer, Sampras, Djokovic, Lendl, Becker y un largo etcétera.
Hoy Roger Federer ha dado una lección al mundo, así, sencillo y sonriente, con lágrimas en los ojos: la clave para alcanzar el éxito es hacer lo que haces con pasión, talento y humildad. Reconociendo en el contrario, no al enemigo, sino a aquel que te brinda la oportunidad de demostrarte que puedes ser mejor.